Como contrapartida al tratado, Londres se comprometió a levantar numerosas barreras no arancelarias que hasta ahora limitaban la entrada de carne de res, etanol y químicos de EE. UU. Estas medidas incluyen la agilización de procesos aduaneros y la homologación de estándares sanitarios, lo que reducirá tiempos y costos para los exportadores norteamericanos. El primer ministro Starmer subrayó que el acuerdo “refuerza la alianza histórica” y representa “un paso audaz hacia un comercio justo y equilibrado”.
Sin embargo, el pacto mantiene un arancel del 10 % para automóviles británicos y grava ciertos productos de lujo, generando críticas de la industria automotriz europea que exige reciprocidad total. Sectores agrícolas de EE. UU. celebraron la eliminación de barreras, pero advirtieron sobre la necesidad de supervisar que no se impongan nuevas regulaciones disfrazadas de “salud pública”. Economistas estiman que el intercambio bilateral podría crecer un 15 % en los próximos dos años, siempre que ambos parlamentos ratifiquen el acuerdo sin modificaciones sustanciales .
Organizaciones de consumidores británicos han pedido garantías de que los productos importados cumplan estándares de bienestar animal y sostenibilidad ambiental, apuntando a la posible creación de un comité mixto de supervisión. Londres y Washington acordaron además impulsar la cooperación en I+D y en cadenas de suministro críticas, con un fondo de colaboración de USD 200 M destinado a energía limpia y biotecnología