Marcos tiene 8 años. Juanito, apenas 2. Desde que su madre enfermó y su padre los abandonó, sobreviven en las calles de Monterrey. Cada mañana recolectan latas, limpian parabrisas y juntan monedas para comprar un pan o un taco. Duermen abrazados bajo una lona vieja, con miedo a ser separados o lastimados.
Marcos no sueña con juguetes. Sueña con una escuela, una casa con jardín, libros que nunca ha tenido. Dibuja esos sueños en la tierra mientras piensa si gastar una moneda en galletas los dejará sin techo esa noche.
Un día escucha a alguien decir: “Si quieren salir adelante, que se esfuercen.”
Pero él ya se esfuerza. Trabaja mientras otros niños van a clases. Y aun así, no alcanza.
Porque quien no ha sentido el frío de la calle, no entiende que la pobreza no es una elección.
Es una barrera.
No es lo que ellos quieren ser, sino lo que no les dejan ser.
Esta historia —como millones más— nos recuerda que el mito de “ser pobre por querer” es falso. La pobreza no es solo falta de esfuerzo, sino consecuencia de desigualdades sociales, históricas y económicas.
📌 Texto original: De la red.
