Lo que alguna vez fue una alianza insólita pero poderosa entre Donald Trump y Elon Musk se ha transformado en un enfrentamiento político, empresarial y personal de proporciones épicas. La tensión acumulada estalló esta semana en un cruce de declaraciones públicas, insultos velados y amenazas abiertas que podrían reconfigurar el panorama político y económico de Estados Unidos.
Todo comenzó como un roce ideológico. Musk criticó duramente la ley presupuestaria impulsada por los republicanos, calificándola de «insostenible y dañina». Trump, desde el Despacho Oval, respondió como un amante traicionado: “¡Qué ingratitud!”, dijo, visiblemente molesto por el giro del empresario que una vez fue su aliado más innovador.
El expresidente afirmó que sin su apoyo político y mediático, Musk jamás habría podido influir como lo hizo en las elecciones pasadas. Musk lo negó rotundamente y contraatacó con fuerza, acusando a Trump de intentar callarlo porque sus empresas —particularmente Tesla— se verían afectadas por la eliminación de créditos fiscales para vehículos eléctricos promovida por los republicanos.
Pero lo que parecía una disputa política escaló rápidamente hacia lo personal. Musk insinuó, sin pruebas, que Trump podría figurar en documentos aún no publicados sobre el caso Jeffrey Epstein. La acusación, aunque imprecisa, incendió aún más los ánimos.
El fin de una alianza improbable
El vínculo entre Musk y Trump se había consolidado durante el primer tramo del segundo mandato del expresidente, cuando el magnate sudafricano fue nombrado jefe del polémico Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Desde allí, Musk cerró agencias completas, recortó presupuestos drásticamente y despidió a miles de empleados públicos, con el visto bueno de Trump.
Durante meses, ambos aparentaron tener una sintonía total. Musk incluso volaba regularmente en el Air Force One y era recibido como asesor de alto nivel en la Casa Blanca. Pero ese idilio terminó abruptamente la semana pasada, con la salida de Musk del gobierno tras cumplir 130 días como “empleado especial”.
Aunque su despedida fue inicialmente cordial, todo cambió cuando el empresario comenzó a criticar abiertamente las políticas del presidente y sugirió que podría respaldar con dinero e influencia a candidatos republicanos disidentes o incluso a demócratas moderados.
¿Una guerra sin retorno?
Desde su red social, Trump amenazó con cortar todos los subsidios y contratos gubernamentales vinculados a Musk. “La manera más fácil de ahorrar dinero es terminar con Elon”, escribió. Las consecuencias fueron inmediatas: el jueves, las acciones de Tesla cayeron un 14%, generando pánico en los mercados.
A pesar de ello, Musk no se replegó. En su plataforma X, prometió contraatacar: “A Trump le quedan tres años y medio como presidente, pero yo estaré aquí más de 40 años”. Un claro mensaje de que su lucha trasciende ciclos políticos.
El choque plantea preguntas clave: ¿Qué pasará con los funcionarios pro-Musk aún dentro del gobierno? ¿Continuarán los contratos con SpaceX y otras empresas suyas? ¿Se intensificarán las investigaciones federales iniciadas en la era Biden?
¿Y los demócratas?
Por ahora, observan desde las gradas. Aunque no olvidan que Musk fue un importante donante demócrata antes de girar hacia la derecha, algunos en el partido ven con buenos ojos que el magnate pueda dividir al bloque republicano.
“El enemigo de mi enemigo es mi amigo”, declaró el estratega demócrata Liam Kerr. “Si Musk pone en jaque a Trump desde la derecha, podríamos ver una recomposición inesperada del tablero político”.
La lucha apenas comienza, y no hay señales de tregua.
Una cosa es segura: cuando el hombre más rico del mundo y el político más poderoso del planeta se enfrentan, el mundo entero observa y tiembla.
