Mayra Díaz no desapareció de la nada.
No fue una coincidencia, ni un malentendido, ni una confusión pasajera.
Mayra lo advirtió. Lo escribió con sus propias manos, en su cuenta de Facebook:
que se sentía perseguida, observada, acechada.
Que si algo le pasaba, la buscaran.
Eran mensajes cargados de miedo, de desesperación, de esa intuición que tienen las mujeres cuando algo no está bien.
Pero como tantas veces ocurre en este país, sus palabras quedaron flotando en el vacío digital, leídas y olvidadas entre memes, filtros y publicaciones cotidianas.
Y hoy, su nombre encabeza una nueva alerta de desaparición.
En Gómez Palacio, la noticia corre de boca en boca.
“Ella ya lo había dicho”, repiten quienes la conocían.
Y es que no hay nada más doloroso que saber que una mujer pidió ayuda antes de desaparecer.
Que lo hizo públicamente, porque tal vez ya no confiaba en las autoridades, ni en el sistema, ni en nadie.
¿Dónde estaba el Estado cuando Mayra escribió que la estaban siguiendo?
¿Dónde están las instituciones que presumen protocolos, cuando una joven tiene que usar su Facebook como último recurso de supervivencia?
¿De qué sirve tanto discurso sobre seguridad y justicia, si seguimos viendo cómo una por una, las mujeres desaparecen frente a los ojos de todos?
El caso de Mayra no es aislado.
Es el reflejo de un país enfermo de impunidad, donde las advertencias se ignoran y los miedos femeninos se minimizan.
Donde los reportes de desaparición se reciben con frialdad,
donde la sociedad reacciona solo cuando ya es tarde.
Mayra se sintió vigilada.
Lo escribió porque sabía que algo podía pasarle.
Y ahora, las mismas redes que usó para pedir ayuda son el escenario donde su nombre se multiplica, donde cientos de personas piden justicia, donde su voz ausente se transforma en eco de denuncia.
Pero no basta con compartir.
No basta con indignarse unos días.
Hace falta actuar, exigir, romper la indiferencia que permite que estas historias se repitan.
Mayra Díaz no debería estar desaparecida.
Debería estar riendo, trabajando, viviendo su vida con la libertad y la seguridad que todo ser humano merece.
En cambio, su nombre se suma a la lista interminable de mujeres que advirtieron su miedo y fueron ignoradas.
Si algo le pasaba, que la buscaran.
Eso escribió.
Y hoy, México entero debería estar buscándola.
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